Por qué volví a ser carnívoro.
Fui vegetariano durante ocho años, durante toda mi adolescencia y parte de mi primera etapa de vida adulta. Fue una dieta estricta desde el primer día, la mañana de un noviembre de 2007 cuando decidí no volver a comer carne. La razón era simple: consideraba a los animales mi prójimo, en especial a aquellos que solía almorzar. Compartimos una estructura vertebral y nerviosa similar. Sentiríamos el mismo dolor que un bovino cuando es asesinado de varios golpes al cráneo con estacas conectadas con púas eléctricas, mientras con otra estaca –introducida por el orificio inicial –le destrozan su médula espinal y aún vivo es degollado para drenar su sangre. Incluso sentiríamos la misma angustia del bovino que, enfilado en el matadero, escucha la agonía de su par. Si fuese nuestra familia, sentiríamos aún más dolor. Pero los animales no tienen sentimientos, nos gustan en fotos bonitas y en filetes sobre un plato.
Me volví vegetariano porque no necesitamos comer carne, podemos suplir los nutrientes de una dieta carnívora con suplementos vitamínicos y reemplazo de proteína. Me volví vegetariano porque con mi consumo no quería promover una industria que promueve un holocausto basado en el dolor, que afecta nuestro ecosistema debido a la contaminación CO2 del ganado, la ganadería extensiva que atenta contra los cultivos en tierras fértiles; me volví vegetariano porque nuestra sistema digestivo es el de un mamífero herbívoro. Y porque al consumir carne ejerzo ante todo una práctica que respira cobardía: yo no mato al animal, soy un cobarde que le paga a otros cobardes para que maten a un ser vivo inocente, cuya vida es terminada para alimentar innecesariamente la mía. Pero no quiero dar un sermón, de hecho, es la primera vez en ocho años que doy uno. Tuve un vegetarianismo individualista, respetuoso, calmado. Dicen que la carne despierta instintos violentos en los consumidores, pero soy una persona muy realista y no hay pruebas que demuestren tal afirmación. Sin embargo si me considero una persona en extremo pacífica y paciente. Bondadosa, si me lo permiten. Hasta hace poco.
La razón por la que volví a comer carne es que aquella bondad que me llevó a pensar en el prójimo y actuar en consecuencia para, de una forma efectiva y real, aplacar su dolor, se ha ido esfumando de mí. Diversas razones personales involucran ese cambio. La vida adulta, la cotidianidad, las frustraciones y rechazos –laborales, personales, artísticos –, las injusticias, las incongruencias, todo se ha ido acumulando y siento que ese niño bondadoso de catorce años ahora es una imagen pura pero distante. No comer carne ahora para mí es un obstáculo debido a limitaciones de acceso a la comida y problemas de índole social a los cuales ya no les veo la pena verme enfrentado. Es un momento de mi vida en el que deseo cambios, abandonar ese nado contracorriente y ser otro pez río abajo. Es un momento difícil en mi existencia, vivo mirando un abismo que me devuelve su fría mirada. Son decisiones de vida, y siempre esperamos que sean las correctas, hacemos lo que se puede con los recursos individuales que tenemos. Comer carne conociendo el sufrimiento del otro es un acto de cinismo, pero nunca es tarde para tatuar la mitad de la luna convirtiéndola en un sólido Yang.
Me volví vegetariano porque no necesitamos comer carne, podemos suplir los nutrientes de una dieta carnívora con suplementos vitamínicos y reemplazo de proteína. Me volví vegetariano porque con mi consumo no quería promover una industria que promueve un holocausto basado en el dolor, que afecta nuestro ecosistema debido a la contaminación CO2 del ganado, la ganadería extensiva que atenta contra los cultivos en tierras fértiles; me volví vegetariano porque nuestra sistema digestivo es el de un mamífero herbívoro. Y porque al consumir carne ejerzo ante todo una práctica que respira cobardía: yo no mato al animal, soy un cobarde que le paga a otros cobardes para que maten a un ser vivo inocente, cuya vida es terminada para alimentar innecesariamente la mía. Pero no quiero dar un sermón, de hecho, es la primera vez en ocho años que doy uno. Tuve un vegetarianismo individualista, respetuoso, calmado. Dicen que la carne despierta instintos violentos en los consumidores, pero soy una persona muy realista y no hay pruebas que demuestren tal afirmación. Sin embargo si me considero una persona en extremo pacífica y paciente. Bondadosa, si me lo permiten. Hasta hace poco.
La razón por la que volví a comer carne es que aquella bondad que me llevó a pensar en el prójimo y actuar en consecuencia para, de una forma efectiva y real, aplacar su dolor, se ha ido esfumando de mí. Diversas razones personales involucran ese cambio. La vida adulta, la cotidianidad, las frustraciones y rechazos –laborales, personales, artísticos –, las injusticias, las incongruencias, todo se ha ido acumulando y siento que ese niño bondadoso de catorce años ahora es una imagen pura pero distante. No comer carne ahora para mí es un obstáculo debido a limitaciones de acceso a la comida y problemas de índole social a los cuales ya no les veo la pena verme enfrentado. Es un momento de mi vida en el que deseo cambios, abandonar ese nado contracorriente y ser otro pez río abajo. Es un momento difícil en mi existencia, vivo mirando un abismo que me devuelve su fría mirada. Son decisiones de vida, y siempre esperamos que sean las correctas, hacemos lo que se puede con los recursos individuales que tenemos. Comer carne conociendo el sufrimiento del otro es un acto de cinismo, pero nunca es tarde para tatuar la mitad de la luna convirtiéndola en un sólido Yang.
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